Allá por 2017 leímos en el club «Nada» de Carmen Laforet, y desde entonces ha ido pasando el tiempo sin que propusiéramos otro duelo de autores españoles (en aquella ocasión la votación se hizo entre «Nada», «Los pazos de Ulloa» de Emilia Pardo Bazán y «Tea rooms. Mujeres obreras» de Luisa Carnés).
Dos años después no nos resistimos a volver a proponer la lectura de otra novela de Emilia Pardo Bazán, en esta ocasión «Memorias de un solterón» que se enfrentará a «Pepita Jimenez» de Juan Valera.
Creemos que la elección en esta ocasión no va a ser nada fácil, juzgad por vosotros mismos:
MEMORIAS DE UN SOLTERÓN (1896)
En la edición de Cátedra esto es lo que nos comentan de la novela:
Desde el punto de vista personal, Emilia Pardo Bazán ha llegado a su madurez cuando escribe «Memorias de un solterón». En 1896, fecha de publicación de la novela, doña Emilia es una mujer totalmente independiente, dedicada en cuerpo y alma a la literatura. Está decidida a afrontar las experiencias que le depare el destino guiada exclusivamente por su propio criterio y conciencia. «Memorias de un solterón» pertenece a una nueva etapa literaria que los críticos distinguen después de la aparición de sus novelas más claramente naturalistas. La autora idea un plan novelístico similar al que Balzac, Zola o Galdós han llevado a la práctica. En su caso, las novelas se centran en la descripción y análisis de las relaciones entre hombre y mujer, y en la institución legal que las regula: el matrimonio. A través de los personajes femeninos de «Memorias de un solterón», doña Emilia da entrada a sus ideas sobre la situación de la mujer en su época, ya desenhebradas en multitud de ensayos publicados, analizando especialmente la problemática de las jóvenes que pertenecen a la llamada clase media.
Para que os podáis hacer una idea de lo que encontraréis en esta obra, os dejamos aquí el comienzo de la novela:
A mí me han puesto de mote el Abad. En esta Marineda tienen buena sombra para motes, pero en el mío no cabe duda que estuvieron desacertados. ¿Qué intentan significar con eso de Abad? ¿Que soy regalón, amigo de mis comodidades, un poquito epicúreo? Pues no creo que estas aficiones las hayan demostrado los abades solamente. Además, sospecho que el apodo envuelve una censura, queriendo expresar que vivo esclavo de los goces menos espirituales y atendiendo únicamente a mi cuerpo. Para vindicarme ante la posteridad, referiré, sin quitar punto ni coma, lo que soy y cómo vivo, y daré a la vez la clave de mi filosofía peculiar y de mis ideas.
Yo friso en los treinta y cinco años, edad en que, si no se han perdido enteramente las ilusiones, al menos los huesos empiezan a ponerse durillos, y vemos con desconsoladora claridad la verdadera fisonomía de las cosas. -En lo físico soy alto, membrudo, apersonado, de tez clara y color mate, con barba castaña siempre recortada en punta, buenos ojos, y anuncios apremiantes de calvicie que me hacen la frente ancha y majestuosa. En resumen, mi tipo es más francés que español, lo cual justifican algunas gotas de sangre gala que vienen por el lado materno. -He formado costumbre de vestir con esmero y según los decretos de la moda; mas no por eso se crea que soy de los que andan cazando la última forma de solapa, o se hacen frac colorado si ven en un periódico que lo usan los gomosos de Londres. Así y todo, mi indumentaria suele llamar la atención en Marineda, y se charló bastante de unos botines blancos míos. Lo atribuyo a que en las personas de amplias proporciones y que se ven de lejos, es más aparente cualquier novedad. Mis botines blancos tenían las dimensiones de una servilleta.
Monumento a Emilia Pardo Bazán en La Coruña
No crean, señores, que me acicalo por afeminación. Es que practico (sin fe, pero con fervor) el culto de mi propia persona, y creo que esta persona, para mí archiestimable, merece no andar envuelta en talegos o en prendas, ¿Voy a vestirme como un cesante? Mil veces no. Me atrae todo lo que es confort, bien estar, pulcritud, decoro. Como que de estas condiciones externas pende y se deriva, en muchos casos, la paz del espíritu y la armonía del carácter.
Soy solterón, y lo soy con deliberado propósito y casi diría que por convicción religiosa. Ya explanaré detenidamente mis teorías sobre tan delicado punto.
PEPITA JIMENEZ (1874)
De nuevo fijándonos en la edición de Cátedra de la obra, en esta ocasión se centran más en la figura de Juan Valera, que aunque cosechó un gran éxito en su momento es en la actualidad más desconocido:
Juan Valera fue un escritor de horizontes no frecuentados por los españoles contemporáneos. Su curiosidad intelectual, su afición a la lectura de textos orientales, sus traducciones de la moderna poesía alemana, Goethe, Heine, y su familiaridad con la literatura griega clásica, le convierten en un escritor cosmopolita cuyo marco supera con creces el ámbito peninsular. Bajo una artificiosa máscara de hombre de mundo, se escondía una personalidad artísticamente vigorosa, la de un humanista con el impulso castizo de los románticos españoles, enraizada en la cultura rural de su Andalucía familiar. Como corresponde a un escritor de la talla de Juan Valera, «Pepita Jiménez» alcanzó rápidamente el éxito internacional, siendo traducida a varios idiomas, y ejerció sobre las novelas que le siguieron en el tiempo una triple influencia: el tema mostrenco, el modelo femenino y un conjunto de motivos literarios y elementos compositivos.
Incluímos también un extracto del principio del libro, que desde luego promete:
D. Gumersindo, muy aseado y cuidadoso de su persona, era un viejo que no inspiraba repugnancia. Las prendas de su sencillo vestuario estaban algo raídas, pero sin una mancha y saltando de limpias, aunque de tiempo inmemorial se le conocía la misma capa, el mismo chaquetón y los mismos pantalones y chaleco. A veces se interrogaban en balde las gentes unas a otras a ver si alguien le había visto estrenar una prenda.
Con todos estos defectos, que aquí y en otras partes muchos consideran virtudes, aunque virtudes exageradas, D. Gumersindo tenía excelentes cualidades: era afable, servicial, compasivo, y se desvivía por complacer y ser útil a todo el mundo aunque le costase trabajo, desvelos y fatiga, con tal de que no le costase un real. Alegre y amigo de chanzas y de burlas, se hallaba en todas las reuniones y fiestas, cuando no eran a escote, y las regocijaba con la amenidad de su trato y con su discreta aunque poco ática conversación. Nunca había tenido inclinación alguna amorosa a una mujer determinada; pero inocentemente, sin malicia, gustaba de todas y era el viejo más amigo de requebrar a las muchachas y que más las hiciese reír que había en diez leguas a la redonda.
Ya he dicho que era tío de la Pepita. Cuando frisaba en los ochenta años, iba ella a cumplir los diez y seis. Él era poderoso; ella pobre y desvalida.
La madre de ella era una mujer vulgar, de cortas luces y de instintos groseros. Adoraba a su hija, pero continuamente y con honda amargura se lamentaba de los sacrificios que por ella hacía, de las privaciones que sufría y de la desconsolada vejez y triste muerte que iba a tener en medio de tanta pobreza. Tenía además un hijo mayor que Pepita, que había sido gran calavera en el lugar, jugador y pendenciero, a quien después de muchos disgustos, había logrado colocar en la Habana en un empleíllo de mala muerte, viéndose así libre de él y con el charco de por medio. Sin embargo, a los pocos años de estar en la Habana el muchacho, su mala conducta hizo que le dejaran cesante, y asaetaba a cartas a su madre pidiéndole dinero. La madre, que apenas tenía para sí y para Pepita, se desesperaba, rabiaba, maldecía de sí y de su destino con paciencia poco evangélica, y cifraba toda su esperanza en una buena colocación para su hija que la sacase de apuros.
Monumento a Juan Valera en Madrid
En tan angustiosa situación, empezó D. Gumersindo a frecuentar la casa de Pepita y de su madre y a requebrar a Pepita con más ahínco y persistencia que solía requebrar a otras. Era, con todo, tan inverosímil y tan desatinado el suponer que un hombre, que había pasado ochenta años sin querer casarse, pensase en tal locura cuando ya tenía un pie en el sepulcro, que ni la madre de Pepita, ni Pepita mucho menos, sospecharon jamás los en verdad atrevidos pensamientos de D. Gumersindo. Así es que un día ambas se quedaron atónitas y pasmadas cuando, después de varios requiebros, entre burlas y veras, D. Gumersindo soltó con la mayor formalidad y a boca de jarro la siguiente categórica pregunta:
-Muchacha, ¿quieres casarte conmigo?
Pepita, aunque la pregunta venía después de mucha broma, y pudiera tomarse por broma, y aunque inexperta de las cosas del mundo, por cierto instinto adivinatorio que hay en las mujeres y sobre todo en las mozas, por cándidas que sean, conoció que aquello iba por lo serio, se puso colorada como una guinda, y no contestó nada. La madre contestó por ella:
-Niña, no seas mal criada; contesta a tu tío lo que debes contestar: Tío, con mucho gusto; cuando Vd. quiera.
Como siempre dispondremos de varios días para votar en nuestra página de Facebook, y estamos seguras de que con esta presentación no será fácil elegir.
La votación se cerrará el jueves 18 por la noche (hora española).